illustration by Silvia Bollognesi
Cada niño comparte un sueño común con alguien que vive a cientos,tal vez miles de kilómetros de distancia. Viven alejados, sin conocerse pero saben que al arroparse comenzarán a recordar el nombre del otro. De esta forma los niños juegan, trepan, soplan y piden deseos, dejan pasar el tiempo bajo el sol o se resguardan los días de temporal en la ruinas medievales que hay a las afueras del pueblo . Viven aventuras, meriendan siempre cosas con chocolate, cogen la fruta directamente de los árboles y dibujan a los animales desde cerca, incluso hablan con ellos. Estos les explican cientos de cosas importantes que como buenos humanos olvidarán cuando sus madres los despierten. Pero ellos seguirán buscándose el uno al otro, cada noche, hasta que un día se vean obligados a crecer . Se sabrán tan distintos que reconocerán frente a sus compañeros de trabajo que ellos ya no sueñan. Tan cansados, tan tristes y tan solos a pesar de sus parejas, sus casas y sus hijos, añorarán en el momento de apagar la luz la completa y total felicidad de sentir que eran capaces de inventarlo todo...
En alguna parte hay un cuaderno de dibujo que lo demuestra, allí en lo alto, en la penúltima caja del desván.