Desayunar contigo es mirar cada uno de tus movimientos, detectar cada roce, el tacto y el porqué de los objetos en la mesa , su disposición tiene un orden concreto y yo me dispongo a averiguarlo. Las mermeladas están ordenadas cromáticamente y la tartera para los pequeños pasteles está delicadamente decorada con manteles de suave papel francés. Las servilletas hacen juego con el color de nuestras tazas , todo armoniza en esta mesa, este ritual está perfectamente orquestado. Yo finjo leer mientras tú pintas mirando hacia la nada, los dos mordisqueamos tostadas y galletas danesas. A nuestro alrededor la primavera comienza y tu dibujas el rostro de una mujer a la que no consigues olvidar, una y otra vez, me hablas de ella, de como parecía haberte atravesado ayer por la mañana cuando casi chocas con ella, de su olor, de la forma tan elegante que tenía de llevar el pan en una delicada bolsa azul. No puedes olvidarla y yo estoy comenzando a sentirme celoso. Tú ríes y bromeas con mis problemas de seguridad y yo insisto en que eres demasiado obsesiva con las mujeres bellas. Te quedas mirándome muy fijo y sin dejar de untar una fina capa de arándanos sobre el pan me dices que ella era algo más, que era casi un sueño, con su abrigo rojo y su andar sin hacer ruido, esa mujer tenía algo extraño y a la vez familiar, aseguras dando un rápido mordisco a tu tostada. Te miro riéndome con los ojos pero al segundo siguiente sé que estás hablando muy en serio, tus siguientes palabras solo lo confirman...
Esa mujer era yo misma dentro de exactamente 2 años.
¿cómo sabes eso?
Se me paró el corazón de golpe, creo que incluso reconocí mi olor en ella...
Seguiste dibujando y yo salí a dar un paseo, me encargaría de traer la compra, iría al mercado y tal vez si tuviera suerte ... podría encontrarme con aquella mujer y tal vez reconocerte en ella.